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El niño que soñaba con encestar la Luna

Opinión NBA

El niño que soñaba con encestar la Luna

Era solo un niño cuando vio por primera vez a su padre encestar. Desde entonces solo pensaba en jugar y en ganar. Por Luna veía un balón que robar. Una canasta en el último segundo. Una forma de vida.

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Era solo un niño cuando vio por primera vez a su padre encestar. Desde entonces solo pensaba en jugar y en ganar. Por Luna veía un balón que robar. Una canasta en el último segundo. Una forma de vida.

Quién iba a imaginar. Tanta magia, tanto descaro. Tal tamaña indiferencia por lo imposible. Nació en el profundo Akron, Ohio; en el que sería el hogar adoptivo del Rey James. Hijo de Dell y Sonya, hermano de Seth y Sydell.

Pronto soñaba con bailar en el parqué como flotaba ‘Pistol’ Pete Maravich y con anotar desde cualquier zona de la pista como el angelino que hoy es logo Jerry West. No le bastaba con destacar, quería ser un homenaje al juego.

Resolutivo como Chamberlain, fuerte como Robertson, tenaz como Shaq. El talento de Barkley, la clase de Worthy, el pulso de Ray Allen. Si había un récord, él lo rompía. Si había algo que ganar él no dejaba nada a repartir.

Siempre con una sonrisa, Davidson no solo fabrica motos sino dioses. De tal Olimpo se fraguó la balada más bella del baloncesto de nuestras vidas. Conoció a Aysha y se enamoró de ella al instante, de ahí nació su ángel Riley y su canijo Ryan. Para qué pensar en letras de nombres en la familia si hay lo que tiene que haber en la cocina.

Compartir generación draft con Ricky Rubio y con Blake Griffin y dejarlos atrás como un mero suspiro. Sonreir después de asistencias al borde de la caída, de quiebros propios de huracán. De canastas al filo de lo imposible.

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=Fa_lw05TppE[/youtube]

Hay vida después de Kobe, hay descaro después de Shaq. Existe el talento más allá de Nash. Queda más ‘Magic’ de lo que uno pueda imaginar en mil vidas. Y todo como siempre, al servicio del espectador.

Es un lobo. Puedes dejarte engatusar por su angelical aspecto, pero te arrepentirás. Dale un metro, necesita medio. Dale un balón, te anotará dos. Y canasta tras canasta, triple tras triple se gana. También se pierde, pero él muy poco.

Parece un niño, pero es un asesino. A sangre fría y con cara de no haber roto un plato en su vida avanzará, jugueteando con su protector bucal, será arropado por sus compañeros camino al banquillo mientras piensas para tus adentros: “He visto a este tío jugar”. Quizá te suene de nombre… Se llama Stephen.

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