Golden State Warriors y Cleveland Cavaliers se miden a partir de este jueves en las Finales NBA 2018. Será la cuarta vez consecutiva en la que se vean las caras. La tercera ya marcó historia por no tener precedentes en toda la historia NBA. Esta ya es el acabose.
LeBron llega tras exhibirse en modo ‘Thanos’, más solo que nunca, y más exprimido que nunca. A sus 33 años, lo que ha hecho no tiene parangón con ningún jugador de su edad (bueno, sí, Jordan, que tuvo su segunda retirada a los 35 llevándose su sexto anillo, pero desde luego no tan solo). Enfrente, unos Warriors convertidos ya en el mejor equipo de la década, el mejor de la historia por récord, y quien sabe si también por derecho propio.
Pero con el plato servido, hay razones de sobra para apoyar en esta moción a LeBron, y aquí van las mías.
Primera y fundamental, porque estoy soberanamente aburrido: No sé cómo vivirían en los 80 la continuación de finales entre Lakers y Celtics, que no dio para tanto, pero desde luego, a mi una cuarta Final NBA con los mismos equipos como protagonistas, se me atraganta un poco. Contaba con que Rockets o Raptors o Celtics hicieran por hacer perder esta continuidad, pero no ha sido así. Todo cambió durante regular season, para que nada cambiara al final. Pero ya llegados hasta aquí, me cuesta no inclinarme por ver la gesta de el ‘hombre’ contra el ‘equipo perfecto’. Quiero ver a LeBron superdotado y derrumbando a los Warriors, algo más que improbable, pero que sin lugar a dudas daría toda la salsa del mundo a los partidos que nos quedan por ver.
Porque LeBron se lo merece: más allá de sus números (aquí repasamos todos su récords) no es justo que un jugador como LeBron encadene 8 finales y solo 3 anillos en su haber. Los Warriors tienen recorrido para ganar el próximo año si Durant continúa -que todo parece indicar que sí- e incluso el siguiente, pero desde luego no los Cavs. Y en el caso de que LeBron cambiara de equipo, esto exigiría una nueva adaptación que retrasaría en cierto modo las cosas hasta la casilla de salida.
Porque me gustan las gestas: como a mucha gente, siempre he ido con el pequeño. Hablar de LeBron como el pequeño es como ir con el Barça en el próximo derbi del fútbol y decir que vas con ellos porque no han ganado la Champions, pero en este caso la comparación, a mi juicio, se admite. Sobre todo, porque es como si Messi se hubiera ido a jugar al Huesca. Los colores son los mismos, pero no los compañeros. No está Kyrie Irving, seguramente Love esté lastrado por lesiones, y LeBron se ha megaforzado para llegar hasta aquí contra todo pronóstico y un equipo cambiado por completo en invierno que no ha dado buenos resultados.
Porque el LeBron de 2018 me cae bien: también como muchos, he vivido toda la carrera de LeBron James. Desde que llegara desde el instituto con el cartel del nuevo Jordan. He visto su primera canasta en la NBA, sus primeras fanfarronerías, su marcha a Miami cantando con Wade y Bosh aquello de «vendrá el primero (el primer anillo) y luego el segundo, el tercero, el cuarto» y pegársela contra los Mavs en las finales de 2011 y celebrarlo a lo grande. Pero también sé que LeBron ahora mismo es otro hombre. Al acabar su serie contra Boston, dio las gracias a sus compañeros, aquellos que han aportado más bien poco durante todos los Playoffs. Por eso, y por su implicación en algunas causas sociales, LeBron es hoy otra persona, como cualquiera que pasa de 20 a los 33 años, y ahora estoy en su barco.
Porque (tengo que reconocerlo) he cogido cierta tirria a los Warriors: como a cualquier ente perfecto, los Warriors han empezado a caerme gordos. Celebro su juego, su trabajo en las oficinas para atraer estrellas, recuerdo cuando sacrificaron a un Monta Ellis en su prime por un Curry que venía de lesión, y me encanta Steve Kerr por lo que puedo verle como persona y entrenador. Pero no quiero que ganen. Me aburre la continuidad, y especialmente la suerte del campeón. La lesión de Kawhi el año pasado, la de CP3 este… y especialmente cómo vencieron a unos Rockets de la forma más cruel, dándoles la vuelta en todos los terceros cuartos cuando parecía que podían destronar a los justos reyes. Si ganan, merecido será. Si pierden, la sorpresa marcará historia.
Y, por último, porque quiero ver a JR Smith de fiesta celebrando el título: con solo ver este vídeo sobran las palabras.