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Oklahoma City Thunder: el equipo nacido de la desgracia al que dimos por muerto
Los pupilos de Billy Donovan se han colado en las Finales del Oeste -¿contra pronóstico?- superando a los Spurs. Esta es la historia de un equipo que nunca se fue.
El 25 de marzo de 2008 el nuevo dueño de los Seattle SuperSonics, Clay Bennett, anunciaba el traslado para la próxima temporada de la franquicia a la ciudad de Oklahoma City. Las negociaciones entre los nuevos propietarios -naturales de la ciudad sureña- y las instituciones de la capital del Grunge no habían llegado a buen puerto para intentar remodelar o armar un estadio nuevo que sustituyera al vetusto Key Arena.
Se habló mucho entonces -y se sigue hablando- de los motivos finales por lo que la NBA dejó de lado una de las ciudades donde el baloncesto estaba más arraigado. Los Thunder eran un equipo que nacían de la polémica, desde el desdén del que llega a sustituir algo a lo que se tenía cariño. Y en buena parte siguen siéndolo porque hay que recordar que las dos estrellas actuales del equipo, Kevin Durant y Russell Westbrook, fueron las dos últimas grandes elecciones del Draft de los Sonics junto con el hispano-congoleño Serge Ibaka.
Pero no es menos cierto que los nuevos Thunder, que llegaron a jugar la liga de verano con una camiseta blanca en la únicamente se leía OKC-NBA -y que el diseño definitivo no mejoró demasiado-, también llegaban para dar baloncesto a una ciudad que acogió a los New Orleans Hornets durante el traslado forzoso del equipo a raíz de huracán Katrina de 2005 a 2007. Una ciudad que, en definitiva, también demostró que quería al baloncesto y que lo podía sostener.
Los Thunder son pues, un equipo nacido de la desgracia. De la del equipo histórico que desaparece y de la del huracán que propició darles la primera oportunidad. Pero los Thunder también nacen de la virtud que surge en los momentos más cruentos. Y como tal, han sabido resistir en su corta historia multitud de vaivenes para, al final de camino, seguir aferrados a la élite.
Los que nunca se fueron
Esta semana los Oklahoma City Thunder derrotaban en el sexto partido a los perennes San Antonio Spurs en una serie en la que muchos vimos como favoritos distinguidos a los texanos. El equipo de Gregg Popovich, reformado como solo ellos han sabido hacer durante más de quince años, es hoy en día quizá el mejor bloque conjunto con permiso de los Warriors, sin embargo, se toparon con el peso de posiblemente dos de los cinco mejores jugadores de la liga y la visión de Billy Donovan, un coach recién llegado a la NBA que pese a estar cuestionado por la irregularidad del equipo en Regular Season supo combatir el juego rápido propuesto por los Spurs.
Tanto es así, que hoy, cuando el small ball parece el terreno perfecto en el que se ha asentado el baloncesto del siglo XXI, el juego con dos pívots en pista (Adams-Kanter) y sus resultados durante la pasada eliminatoria han llevado incluso a comenzar a pensar a algunos si esta puede ser también la kryptonita de los SuperWarriors.
Antes de llegar hasta aquí los Thunder han pasado por muchos altibajos esta temporada. La irregularidad, y los rumores sobre la posible marcha de Durant este verano en el que acaba contrato parecía poner fin a un equipo que tuvo su cima en las Finales de 2012 que acabaron dando el primer anillo a LeBron.
A partir de entonces, los Thunder se han movido en el terreno de los contenders inconsistentes. Aunque en buen modo por factores externos.
La salida de James Harden, necesaria para cuadrar las cuentas de un equipo que tenía que elegir entre renovar al escolta y Serge Ibaka, fue el primer camino con dos rutas a elegir para los Thunder. Su elección a años vista sigue aceptando distintos matices. Con Harden en su equipo seguramente contarían con el mejor juego exterior de la liga. Con Ibaka, el equipo consiguió una seguridad interior que hasta la llegada de Kanter y la irrupción de Steve Adams era más que cuestionable. No hace falta recordar al amigo Perkins, pero lo cierto es que los Thunder no han dejado hasta ahora a ningún jugador vestir el 13 de ‘La barba’ para evitar comparaciones. Lo quisieron Waiters y lo quiso Steve Adams, y ninguno de ellos lo vistió por recomendación de la dirección.
Lesiones y más lesiones
Precisamente fue Harden y sus Rockets los primeros rivales de los PlayOffs de la 12/13, en la que Oklahoma aparecía como principal contrincante ante los Heat de LeBron. La lesión de Westbrook en primera ronda hizo que aquella cosecha quedara infructífera cayendo ante los Grizzlies una ronda después.
Al año siguiente Westbrook solo pudo disputar 37 partidos tras volver a lesionarse la rodilla derecha en Navidad. El equipo, que aún con todo consiguió un balance de 59-23 gracias en parte a un Durant que fue coronado MVP, cayó en PlayOffs ante los que después serían campeones. Los esta semana superados San Antonio Spurs.
La historia del año pasado, por reciente, casi no merece la pena recordarla. Lesión de gravedad de Durant, Westbrook a nivel MVP de no ser por Stephen Curry, y finalmente, pese a tener a tiro entrar en PlayOffs la última jornada, fuera de la lucha por el anillo.
Quizá este traspiés definitivo sirvió de excusa para que la franquicia del trueno largara a Scott Brooks, entrenador que pese a las críticas ha llevado de la mano a Durant y Westbrook prácticamente durante toda su carrera y que llevaba dirigiendo al equipo desde la primera temporada tras el despido de PJ Carlesimo.
Llegó Billy Donovan; Westbrook y Durant por fin sanos, y los resultados han llegado. Tras tres temporadas de condicionantes externos y lesiones, los Thunder parecen haber conseguido la estabilidad (rachas de partidos perdidos absurdas durante la RS mediante) para plantarse como el rival definitivo de los Warriors en el trono del Oeste y al fin, con sus dos espadas afiladas y pendientes de hacer sangre.
No sabemos cuál será el próximo capítulo de estos Thunder. Con la posible salida de Durant siempre presente, el futuro de la franquicia sigue siendo incierto. Pero también es verdad que este equipo surgido de la desgracia ha sabido sortearla siempre de un modo u otro. Hasta el punto de que sin darnos cuenta, vuelven a estar ahí, luchando por el anillo. Quizá porque nunca se habían ido.