Aún no me había recuperado del Síndrome de Florencia que desarrollé admirando el baloncesto de conservatorio desplegado por San Antonio en las últimas Finales, cuando el draft me llevó a un estado de excitación y expectación desconocido para mí en una offseason. Las ceremonias del draft suelen ser eventos cargados de emoción. La de los jugadores por saber en qué posición saldrán elegidos y a qué equipo irán, la de sus orgullosas madres al ver como su “pequeño” hace realidad el sueño de su vida y la de los millones de aficionados que repartidos por el mundo jugamos a adivinar si tal jugador será una estrella, si ese otro no pasará de ser un buen gregario o aquel otro engrosará la histórica lista de fiascos del draft. Pero el de 2014 no iba a ser un draft cualquiera. “Uno de los mejores de la historia” se venía diciendo desde hace ya un par de años. “Desde el de 1984 no se había visto nada igual” se escuchaba en los mentideros baloncestísticos del país.
Tanta expectación y talento junto me llevaron a querer saberlo todo acerca de esos chicos. Estudiantes que, hasta hace unos días, paseaban por el campus de sus respectivas universidades, se sentaban en sus estrechos pupitres y acudían a las fiestas de turno de la fraternidad dispuestos a cogerse una buena borrachera, llamados a convertirse en pocos años en millonarios y grandes figuras del deporte, o al menos ese anhelo se le supone a la mayoría de ellos.
Buceando entre datos históricos, estadísticas, premios, títulos y todo tipo de logros individuales y colectivos de estos y otros grandes jugadores universitarios de la historia, llegué a una conclusión que quizás sea de Perogrullo, pero que si eres una estrella universitaria a punto de debutar en la NBA podría resultarte cuanto menos inquietante… Ser una estrella universitaria no garantiza el éxito en la NBA.
Cierto es que la lista de jugadores que fueron grandes estrellas universitarias y posteriormente grandes figuras en la NBA es mucho más larga que la de jugadores que por una u otra razón fracasaron estrepitosamente al dar el salto al profesionalismo, pero resulta curioso y difícil de entender a partes iguales el caso de algunos de ellos que, en un intervalo de tiempo de meses, transitaron por los extremos más lejanos de estas dos dimensiones, el mayor de lo éxitos posibles como universitarios y el fracaso más absoluto como jugadores de la NBA. Y no me refiero a grandes “prospects” que acabaron siendo medianías o que tras alguna buena temporada llegaron a disputar un All Star o alcanzaron cierto reconocimiento en su carrera, si no a los más sonoros batacazos de la historia de la NBA. Jugadores que lograron los más prestigiosos premios individuales y colectivos jugando con sus respectivas universidades y que se diluyeron como un azucarillo a la hora de batirse el cobre con los “mayores”.
Estos son algunos ejemplos, pasando por diferentes épocas, de este tipo de jugadores. Todos ellos comparten el honor de tener su dorsal retirado en la universidad para la que jugaron y el dudoso honor de haber pasado sin pena ni gloria por la NBA.
Hal Lear (Temple University)
Lear jugó durante tres temporadas en la Universidad de Temple, de 1953 a 1956, en los que promedió 20 puntos por partido. En la actualidad mantiene el récord de los “Owls” de puntos conseguidos en una sola temporada con 745. En su último año con el equipo consiguió llegar a la Final Four y ser nombrado MVP del torneo, siendo el quinto jugador en la historia en conseguirlo sin haber ganado el campeonato, los otros cuatro son Wilt Chamberlain, Bill Bradley, Art Heyman y Jerry Chambers. Concluyó el torneo con un promedio de 32 puntos por partido, además de batir el que por entonces supuso el récord de anotación histórica en la NCAA, con 48 puntos en la victoria de su equipo ante SMU. Fue elegido en dos ocasiones para el Primer Equipo del All District por la NABC y acabó su año Senior como el segundo máximo anotador histórico de la Universidad de Temple.
Lear fue elegido en la 8ª posición del draft de 1956 por Philadelphia Warriors (en la 2ª posición los Celtics adquirieron a Bill Russell vía trade desde St. Louis Hawks) pero solo jugó 3 partidos anotando un total de 4 puntos antes de probar fortuna en ligas menores como la CBL y la ABL hasta su retirada en 1966. En 2012 la Universidad de Temple retiró el dorsal número 6 en su honor y la Middle Atlantic Conference le incluyó en su Hall of Fame.
LaRue Martin (Loyola Chicago University)
Muchos aficionados conocerán a LaRue Martin por ser un habitual de los rankings de pifias históricas del draft. Y efectivamente lo suyo resultó especialmente sangrante ya que fue el número uno del draft de de 1972, elegido por Portland Trail Blazers, por delante de nombres como Bob McAdoo, Paul Westphal o el mismísimo Julius Erving. Pero la elección de Martin, en un principio, no sorprendió a nadie. Le avalaban tres extraordinarios años en la Universidad de Loyola Chicago, donde consiguió batir el récord, aún vigente, de rebotes totales con 1072 capturas.
Fue elegido en dos ocasiones All-American y en su última campaña con el
equipo promedió 19.5 puntos y 15.7 rebotes, nadie dudaba que sería una estrella. Pero la presión le superó al llegar a la NBA y sólo aguantó cuatro temporadas en las que apenas aportó nada con unos mediocres promedios de 5.3 puntos y 4.6 rebotes por partido. En 1976 con tan sólo 25 años anunció su retirada. En 2002 la Universidad de Loyola Chicago retiro el dorsal número 20 en su honor.
Harold Miner (University of Southern California USC)
Conocido como “Baby Jordan” desde su etapa en el instituto, Miner tuvo una fulgurante carrera como jugador de la USC. En sus tres temporadas con los Trojans, de los que sigue siendo el máximo anotador histórico con 2.048 puntos, fue nombrado en tres ocasiones para el equipo All-American, tres veces incluido en el All-Pac-10, Pac-10 Freshman del año (1990), Jugador del año en la Pac-10 (1992) y ganador del premio Sports Illustrated Player of the Year en 1992 superando en las votaciones a nombres tan relevantes como Christian Laettner, Alonzo Mourning y Shaquille O`Neal. Ese mismo año llevó a los Trojans a terminar la temporada con el segundo mejor récord del país y récord histórico de USC con 24 victorias y 6 derrotas.
Fue drafteado por Miami Heat en la 12ª posición de la primera ronda del año 1992 acompañado de la pesada etiqueta de sucesor de Jordan gracias a sus espectaculares mates y al estelar rendimiento que ofreció en el college. Logró alcanzar cierta notoriedad gracias a los dos concursos de mates que ganó, en 1993 siendo rookie y en 1995, pero nunca encontró su sitio entre los mejores y tras cuatro temporadas con números muy por debajo de lo esperado y continuos problemas de rodillas, en 1996 puso fin a su carrera como jugador de baloncesto. En 2012 la USC retiró el dorsal número 23 en su honor en un emotivo homenaje.
Ed O’Bannon (UCLA)
Ed O`Bannon es sin duda uno de los mejores jugadores universitarios de todos los tiempos. En los cuatro años que jugó con los Bruins ganó los más prestigiosos premios individuales del país y consiguió ganar el campeonato de la NCAA en 1995 con una actuación memorable en la final, en la que firmó 30 puntos y 17 rebotes siendo nombrado mejor jugador del torneo. Acabó su último año de college con unos promedios de 20.4 puntos y 8.3 rebotes con porcentajes de tiro del 53% en tiros de dos y del 43% en triples, llevándose el premio John Wooden College Player of the Year. Fue nombrado para el primer equipo All-American y para el All-Pac-10 durante tres años seguidos. Tal fue la importancia de O`Bannon en los Bruins, que su dorsal con el número 31 fue retirado por UCLA en 1996, apenas un año después de abandonar la Universidad. Los Nets le seleccionaron en la 9ª posición de la 1ªronda del draft de 1995 y a partir de ese momento nada funcionó. Con un físico endeble para jugar de 4 y demasiado lento para defender por fuera, desde su primera temporada quedó claro que no tenía sitio en la NBA. En 1997, sólo dos años después de debutar, abandonó la NBA y desarrolló una discreta carrera jugando por distintos países del mundo como Polonia, Argentina o Grecia.
Su dorsal con el número 31 cuelga desde el año 1996 del techo del pabellón de los Bruins al lado de leyendas del calibre de Bill Walton o Lew Alcindor (Kareem Abdul Jabbar). Además en 2005 fue incluido en el Hall of Fame de UCLA, y en 2012 la Pac -12 lo incluyó en su Hall of Honor.
Este tipo de contrastes entre carreras universitarias y profesionales, afortunadamente, no es lo más habitual. Evidentemente no todos pueden ser estrellas NBA, pero hay muchos ejemplos de jugadores con trayectorias estelares en sus colleges, que sin llegar a alcanzar la excelencia, acaban desarrollando largas carreras en la NBA como jugadores de rotación o especialistas en algún ámbito del juego, sirvan de ejemplo nombres como Shane Battier, Juan Dixon o J.J. Reddick entre otros muchos.
Pero el fracaso al igual que el éxito forman parte del deporte, y así como una brillante carrera universitaria no garantiza el estrellato en la NBA, esta ecuación también funciona a la inversa, ya que una discreta o inexistente carrera universitaria tampoco es un factor determinante para convertirse o no en una gran estrella del baloncesto profesional. En años venideros seguiremos viendo casos de jugadores que pasan de puntillas por alguna universidad y acaban convirtiéndose en superestrellas y de rutilantes estrellas universitarias que se apagan por completo al dar el salto al profesionalismo.
La universitaria, por regla general, suele ser una época feliz en la que se viven momentos y experiencias que marcan el resto de la vida, pero en el caso de estos jugadores y algunos otros que vivieron casos similares, además supone el reconocimiento, la fama y los éxitos que no pudieron alcanzar como profesionales, e inevitablemente vivirán con el estigma de no haber cumplido las expectativas y con el nostálgico recuerdo de aquellos felices años de universidad.