La temporada NBA avanza a pasos agigantados hacia su último cuarto, y tras el cierre del mercado han sido muchas las intenciones o desapegos que han quedado al descubierto. Los Ángeles Lakers y Philadelphia 76ers copan en estos momentos las últimas posiciones de sus respectivas conferencias. Una muerte anunciada desde muy temprano que ha acabado por cumplir con los peores pronósticos.
Tanto los de la costa atlántica como los del Pacífico comenzaban la temporada con intenciones muy distintas. Los primeros unidos irremediablemente a eso que acabamos llamando ‘tanking’ y los segundos aferrados a una historia que comenzaba su enésima temporada descabezada tanto institucional como deportivamente. Esta es la realidad actual de los dos peores equipos de la liga, diferentes en la gran mayoría de cosas, pero que a día de hoy comparten la peor de todas.
Hijos del tanking y la anarquía
Dejarse ganar para ser mejor. La ecuación vislumbrada desde el principio de la temporada para varios equipos de la liga asustaba a todo aquel no cercano a los estándares y tiempos de la NBA. Sixers, Magic, Celtics -y también Suns- entraban de lleno meses antes de comenzar a jugar en una vorágine de polémica que parecía inabarcable para la liga. Aunque se dijera que no… ¿cómo se podría evitar que una franquicia quisiera perder para comprar su billete en uno de los mejores Draft de la última década?
Se dijo entonces que los General Managers podrían querer tankear, pero que ni jugadores ni entrenadores pasarían por el aro. Y lo cierto es que, a día de hoy, aún no sabemos que ha pasado.
Los único cierto es que tras la fallida apuesta por Bynum en Philadelphia resultaba más sencillo destruir y coger carrerilla que hacer ánimos de lucha. Sin embargo, un número 11 del draft con aspecto de jovenzano despreocupado comenzó la temporada poniendo todo en cuestión. La explosión de Michael Carter-Williams y el buen funcionamiento de Spencer Hawes y Thaddeus Young reflotaban nuestras ilusiones por estas franquicias. «En la NBA todo es posible».
Y es que, aquel 3-0 de salida con victoria a Miami incluida era una auténtica locura. Ni siquiera los Suns, que por aquel entonces empezaban a marcar el ritmo actual, sorprendían más que los Sixers. Pero todo eso se ha quedado en un espejismo. Inmolados en honor al draft y a la próxima agencia libre, el equipo de la ciudad del amor fraterno se despedía en el cierre de mercado de dos de sus tres mejores valores a cambio de un Danny Granger que amenaza con ser un Bynum II.
Ahora, con una racha de 11 derrotas consecutivas, solo el complot entre dirección y staff hacen posible que Brett Brown siga al frente del banquillo. Veremos si dentro de unos meses, cuando hayan pescado lo que tengan que pescar y aunque el equipo vaya mejor, la ‘confianza’ es la misma.
Sin capitán ni tripulación
En la costa contraria, y pese a estar en las antípodas del planteamiento inicial de los Sixers, los Lakers de… -¿Pau Gasol? ¿Mike D’Antoni? ¿Kobe Bryant?- transitan con desánimo el camino de la amargura que emprendieron tras la salida de Phil Jackson allá por 2011.
Remontarse tanto en el tiempo para nombrar al que puede que sea el mejor entrenador de todos los tiempos puede resultar ventajista. Y lo es. La salida del ‘Señor de los anillos’ pudo haber sido simplemente un punto de inflexión para un franquicia que a la vez que quedaba descabezada firmaba un contrato televisivo tan lucrativo que le permitía endeudarse hasta dejar en nada las bastas cantidades de dinero que se mueven en la NBA. El plan Howard no funcionó, el modelo D’Antoni nunca ha funcionado, y para más inri, aparecieron las lesiones.
Sin embargo, los Lakers se hicieron fuertes merced a una millonaria renovación de su jugador franquicia a pesar de estar aún en muletas tras una nueva lesión. Hay confianza y se sabe que lo que no te sale un año te puede salir bien al siguiente, pero por medio la idea era sufrir lo mínimo posible.
Con solo 5 jugadores de 15 con alguna opción contractual de continuar en la plantilla, el desánimo y la desconexión se ha apoderado en las últimas semanas de la nave de Lakerland. Pau ha sido el último sacrificado. El español finalizará su contrato con el equipo que ha repetido por activa y por pasiva que es el suyo, «en el que quiere estar», «en el que quiere seguir haciéndose grande». Sin embargo, la presencia de D’Antoni y el laissez-faire impulsado por la descabezada directiva Laker desde el fallecimiento de Jerry Buss ha llevado al conjunto de oro y púrpura a una de sus peores rachas de la historia.
Solo el tiempo, la recuperación de Bryant y la agencia libre dirán si el barbecho no declarado realizado este año en Los Ángeles habrá merecido la pena. Puede que así sea, pero la apatía y desconexión de toda una institución que lleva varias semanas encajando derrotas de paliza no se irá como si nada. Solo ha abierto más interrogantes.
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