Los hermanos Maloof, dueños de los Kings desde principios de los noventa, parecen haber tirado la toalla en su intento por mantener la franquicia en la capital californiana. Ni siquiera los últimos intentos realizados por Kevin Johnson, alcalde de Sacramento, para conseguir el dinero necesario para mantener a los Kings en la ciudad en la que se instalaron en 1985 pueden parar el traslado de una franquicia que en los últimos años ha entrado en una dinámica de mala imagen y deterioro que hace muy fácil la decisión a la propia NBA.
Y es que las apuestas en los drafts de los últimos años no han podido paliar apenas la caída libre que ha sufrido el equipo desde que abandonaran la élite en 2006. Desde entonces los Kings viven alejados de Playoffs y cada año los buenos mimbres de sus estrellas acaban incendiándose fruto de la mala política del equipo y la falta de armonía. Esta decadencia se ha notado en gran forma en la afluencia de público a su pabellón, el Power Balance Pavilion, que con 17.300 espectadores pasa por ser el más pequeño de la NBA, enunciando el mismo problema que en 2008 llevó a los SuperSonics a cambiar el verde por el azul.
Pero ni mucho menos siempre fue así para los Kings. El público de Sacramento pasó durante unos años por ser el más implicado de la NBA. Desde 1998, con la llegada al equipo de Chris Webber, Vlade Divac, Peja Stojakovic y el rookie Jason Williams, los Kings comenzaron a fraguar un juego rápido e ingenioso basado en la gran capacidad de pase de todos sus jugadores. Rick Adelman era el capitán de aquel barco que tardó poco en alumbrar la liga con un juego vistoso donde el ataque preconizaba cada acción.
La máquina comenzaba a engrasarse, y pese a los fallos de C-Webb en los momentos finales y la escasa solidez defensiva del equipo, los Kings se hacían habituales en la postemporada año tras año, hasta que en 2001 aquel color morado llegó a su máxima expresión.
El General Manager Geoff Petrie (principal responsable tanto de esta época dorada como de la actual situación) movía fichas para traerse al defensor Doug Christie y cambiar al espectacular pero irreverente Jason Williams por un base que aportara un mayor pragmatismo en su juego: Mike Bibby. Los Kings molaban. Con dos bases como el propio Bibby y Bobby Jackson jugándoselas desde el perímetro, un ala como el entonces yugoslavo Stojakovic, y un juego interior tan inteligente como el compuesto por Webber y Divac, la ciudad de Sacramento veía como su equipo se colaba de nuevo en una Final de Conferencia, algo solo conseguido durante la estancia del equipo en la ciudad de Kansas (1972-1985), y en aquel lejano 1951 en el que consiguieron hacerse con el único anillo que posee la franquicia cuando juagaban en Rochester bajo el apellido de Royals.
En aquella final de conferencia de la temporada 2001/2002 los Kings tocarían techo. Tras ponerse por delante en la serie 3-2, los Lakers de Kobe y Shaq serían demasiado para unos aún inexpertos Kings, que acabarían perdiendo la serie a siete partidos.
No tendrían tiempo para la reválida. La lesión de Chris Webber la temporada siguiente y la descomposición del aquel equipo en 2005 cerró el ciclo de oro del baloncesto en la ciudad de Sacramento. Desde entonces han pasado muchos líderes caídos o perdidos por el camino. Ron Artest, Kevin Martin, o ahora Tyreke Evans, ninguno ha podido devolver su estatus a los Reyes.
El 1 de marzo es la fecha límite que tiene una franquicia para anunciar a la liga un cambio de ciudad de cara a la temporada siguiente. Apenas cinco semanas para celebrar la vuelta de los míticos Sonics y enterrar a los Kings. Seattle se reservó en su momento los derechos sobre los colores y el logo de su antiguo equipo, paréntesis que asegura la desaparición de los Kings de forma segura en caso de mudarse a la ciudad de la Aguja Espacial.
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