DeAndre Jordan: La desidia y la pereza

Que el baloncesto va mucho más allá de los simples números es una evidencia. Desde hace años, y cada vez con más fuerza, irrumpieron en nuestras vidas las estadísticas avanzadas. Para aquellos que se quedan en el box-score, puede que esos números, que indagan en algo más que en la superficial capa de puntos/rebotes/asistencias, se hagan pesados y complicados incluso de entender. Pero si hay algo que no aparece en ninguna estadística son las intangibles, el lenguaje corporal o incluso el amor propio.

Seguramente DeAndre Jordan derrochaba energía e ímpetu en sus buenos años con los Clippers. Siempre caracterizado por ser un pívot enérgico, incansable y con un poder de intimidación que le colocaba siempre en la pelea entre los mejores interiores de la liga. Llegó a Dallas con un contrato de poco riesgo, una temporada a razón de 23 millones de dólares. Muy cerca de su Houston natal y a una franquicia con la que ya se había comprometido tres años atrás, pero que dejó plantada en el último instante tras un casi secuestro en su propia casa por parte de sus ex compañeros en el equipo angelino.

Los Mavs encontraban en Jordan una máquina de finalizar pick&roll, una arma perfecta para combinar con las virtudes de Doncic en la creación de juego, y un martillo pilón a la hora de sumar rebotes. Todo eso lo está demostrando con creces, pero sin apenas derramar una gota de sudor. Su pasividad, sobre todo en defensa, está llamando la atención de cualquier aficionado medio de la NBA. No se entiende el motivo exacto, pero la verdad es que DeAndre no está demostrando en Dallas todo su potencial. Como si les estuviese perdonando la vida, cuando precisamente debería ser la franquicia la que le tendría que estar perdonando la vida a él.

En ataque, en ocasiones por el sistema de Carlisle, su primera opción nunca suele ser finalizar una jugada, si no buscar a algún compañero liberado con un pase que debe superar una o dos marcas rivales. Eso es algo extraño en él y que no está acostumbrado a hacer. Es cierto que a principios de temporada, su presencia fuera de la zona como generador para los cortes de  Smith o Barnes funcionaba en ciertos tramos de partido, pero ahora su presencia allí se ha reducido y trata de generar desde el poste bajo, donde se vuelve previsible y lento.

Igual que se ha elogiado por activa y por pasiva su mejora en los tiros libres, donde alcanza un 69% de acierto superando su tope personal que estaba en 58%, o su gran adaptación a la franquicia a nivel de vestuario, siendo ya uno de los jugadores más queridos y que más química genera, también hay que señalar lo perjudicial que llega a ser en defensa. Pese a que su defensive rating (106,4) es mejor que el del equipo (107,8), su net rating sigue siendo negativo (0,4), sobre todo por un primer tercio de competición donde su esfuerzo era mínimo. Su PER (rating de eficiencia) también es el peor de las últimas seis temporadas.

Su paso atrás en cuanto a intimidación es palpable desde ya la pasada temporada. Por 36 minutos, su último año en Los Ángeles y su primero en Dallas son sus dos peores cursos en tapones, con 1,1 y 1,2 por partido respectivamente. Tampoco había bajado nunca en su carrera de un 4% en el porcentaje de tiros taponados con él en pista, y en sus dos últimos años ni siquiera alcanza el 3%. Pero además, en las comparaciones con Maxi Kleber, su teórico suplente, sale claramente perdiendo. El alemán tiene un defensive rating de 99,6 (top-10 de la liga), un porcentaje de tapones del 5,5% y un net rating de 10,1 (top-15 de la liga).

Para demostrar todo esto he querido ilustrarlo con tres acciones de tres partidos diferentes donde se pone a prueba la capacidad de sacrificio de DeAndre. En la primera prácticamente no hace falta comentar nada; una pasividad absoluta ante la entrada a canasta de Bogdanovic, que apenas tiene que preocuparse por la presencia del jugador de los Mavs en la zona.

En la segunda es él mismo el que pide disculpas tras no acudir a una ayuda clara y quedarse clavado con su par, que no tenía opción alguna en la jugada. Ni siquiera un salto o una mano para intimidar.

Y en la tercera literalmente se aparta para no salir en el póster de Lonzo Ball.

Sergi Concha: Estudiante de Periodismo Deportivo. Editor de SweetHoops.com. Puedes escucharme en Banana Boat Podcast.
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