De Montenegro a la NBA: Yo entrené con Mirotic

Y cuando lo conocí era, simplemente, un tío muy alto y bastante feo. Él todavía era más alto que yo y, si cabe, aún más feo. Pero ahora podemos hablar de Mirotic como uno de los mejores rookies de la temporada. Me gustaría coger una de esas puertas de la serie española de éxito, El Ministerio del Tiempo, para volver a la Jaca de 2005 y decirle: “Tío, en unos años vas a ser una estrella del baloncesto español y norteamericano. ¿Nos corremos una juerga? Invitas tú, claro, que la pasta te va a sobrar”.

Esta es la historia inédita del origen de Mirotic en España que unos pocos tuvimos la gran suerte de presenciar. Ey, para el carro, ¿seguro que la Wikipedia no arroja algo de luz sobre los orígenes de uno de los chavales más prometedores que ha dado Aragón – a través de Montenegro – al baloncesto? Esto es lo que se nos cuenta al respecto:

“Nació el 11 de febrero de 1991 en Podgorica (Montenegro) y mide 2,08 metros de estatura. Empezó a jugar tarde, después de algunas experiencias futbolísticas, en Joker School, en Podgorica. En verano del 2005, fichó por el Real Madrid pasando a formar parte de sus categorías inferiores”.

Pues después de esas experiencias futbolísticas y antes de fichar por el Real Madrid el compañero Mirotic se vino a Zaragoza. Por aquel entonces yo jugaba en las categorías inferiores del CAI, y ese año – como algunos otros – el club montaba su campus de verano en Jaca (Huesca). El estío de la capital aragonesa, como muchos de por aquí ya saben, es terriblemente caluroso, así que la idea de mezclar el baloncesto y los Pirineos me pareció estupenda. Cuando llegamos a Jaca todo nos parecía maravilloso: el tiempo era fresquito, había muchas canchas de basket, chicas – que nos importaban más que el deporte – y, sobre todo, no había padres. Éramos libres, y lo íbamos a ser, al menos, durante una semana. Y es que esa sensación de poder hacer lo que te viniera en gana tanto de día como de noche era lo mejor que le podía pasar a un chaval de apenas quince años.

En este contexto de alborozo adolescente nos presentaron al bueno de Mirotic: “Hola, este es Nikola”. A nosotros, que nos sonaba a ni-cola, o sea, a que no tenía cola, nos parecía de lo más divertido, así que las coñas a costa del pobre Nikola no fueron pocas.

Mirotic tendría, por aquel entonces, unos trece o catorce años – uno menos que la generación de pringados que allí nos encontrábamos – y recuerdo que era un tipo muy despierto (para no entender ni una palabra de lo que le decíamos es decir bastante). Pero no, no me refiero sólo a las relaciones sociales, me refiero – vayamos a lo importante – a que era un tipo despierto en la cancha. El tío era muy grande, sí, pero yo también lo era y no me movía ni leía el juego como lo hacía él. Tampoco voy a ir de humilde, yo era cojonudo; pero chico, aquel montenegrino del demonio era muchísimo mejor que todos los que estábamos allí compitiendo por ver quién le podía hacer una canasta. Puedo decir, más que “yo entrené con Mirotic”, que “yo sufrí a Mirotic”, porque como era de los más altos del grupo me tocaba defenderle y atacarle. Como no quise humillarle solventé la situación dejando que me colocara una veintena de tapones con su treintena – o más – de puntos encajados.

Al finalizar los entrenamientos los coordinadores del campus nos ofrecían manzanas; así que ahí estábamos, los de Zaragoza y el de Podgorica, sentados y llenos de sudor, juntos, comiéndonos sendas manzanas a los pies del Pirineo.

Cuando terminó la semana Nikola no sabía ni papa de español, pero se llevó un buen recuerdo de cómo somos por estas tierras. Una noche, a unos compañeros y a mí, se nos ocurrió la feliz idea de levantarnos de la cama cuando todo el mundo descansaba para hacer chiquilladas por las habitaciones. Algunas víctimas fueron previamente seleccionadas, pero otras sufrieron nuestras bromas por el puro efecto del azar. Espero que si alguna de ellas está leyendo estas líneas nos comprenda y nos perdone. Pues bien, una de las víctimas seleccionadas fue Mirotic.

No lo he dicho, pero el joven montenegrino vino acompañado de lo que nos parecía su entrenador personal, o su padre, o el portero de una discoteca de Montenegro: un señor calvo, grande y fornido que te podía quitar la vida de una palmada en la espalda. Por eso, la habitación de Nikola era la más difícil de todas; y es que temíamos por nuestra integridad física.

Al final no recuerdo cuál fue la zalagarda que les hicimos, pero me parece que llenamos la habitación de restos de basura que un compañero se había encargado de almacenar a lo largo de la semana. Yo, que me encontraba en ese momento fuera de la habitación  – «vigilando», decía, pero en realidad estaba fuera por puro miedo – veía cómo sobresalían de las dos camas cuatro piernas enormes, unas más peludas que las otras.

En fin, la noche de las bromas terminó con niños atados a sus camas con cinta de carrocero, globos de agua reventados por los pasillos, cejas depiladas, basura por los suelos y muchas, muchísimas zapatillas extraviadas. La broma, por supuesto, no nos salió gratis: la bronca que se montó al día siguiente no fue pequeña, pero aunque éramos un poco cabrones teníamos algo de moral, y confesamos. Pedimos disculpas, limpiamos lo que habíamos ensuciado y ayudamos a juntar todas las deportivas que habíamos repartido por el campus.

El bueno de Nikola, por motivos que se me escapan, terminó fichando después del verano por el Real Madrid, aunque tengo referencias de que el de Montenegro pretendía formarse con el CAI Zaragoza. Y ahí lo tenemos ahora, en la NBA. Ha pasado de dormir en una cama de Jaca donde se le salían los pies a promediar más de veinte puntos en el mes de marzo con los Chicago Bulls. El que no tenía cola. 

Juanan Valera: Colaborador en SweetHoops.com
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