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Roger Brown: del destierro de la NBA a la gloria del Hall of Fame
La carrera y el juego de Roger Brown siempre será una historia a medias pero que, una década y media después de su muerte, ha conseguido encontrar su espacio entre las estrellas de este deporte.
Nada pudo hacer que él quisiera volver. Ni siquiera el perdón público emitido por la liga casi 20 años después lo convenció. Para Roger Brown ( Brooklyn, New York, 1942- Indiana, 1997) la NBA era un sueño robado que ya había perdido el sentido. Su historia podría haber caído en el olvido, desterrado de los focos de las cámaras cuando con apenas 20 años se le apartó de aquello para lo que muchos le dijeron que había nacido, sin embargo, este domingo, recibió su particular homenaje al ser reconocido en el Olimpo del baloncesto.
Con la entrada de Roger Brown en el Hall Of Fame la NBA cierra una herida de la que muchos no se acuerdan, pero que fue un ingrediente más en el convulso periodo que conmocionó al baloncesto americano de los años setenta. Encumbrado como prometedora estrella de las canchas de Brooklyn, Roger Brown se metió pronto en las agendas de todas las universidades de primer nivel. Todo el mundo quería tener a ese alero, capacitado para el uno contra uno y fiel reflejo de lo que entonces se entendía que iba a ser el juego que dominara la década. La Universidad de Dayton, en Ohio, fue la que le echó el guante allá por 1960.
Sin embargo, ‘The Rajah’ como se le apodaba, no llegó a debutar con los Flyers. Su nombre se vio envuelto junto con el del futuro NBA Connie Hawkins en uno de los mayores escándalos de apuestas del baloncesto americano. Solo se pudo acusar directamente a la punta del iceberg, Jack Molinas -jugador de los Pistons que fue expulsado al conocerse el escándalo y acabó asesinado a manos del clan Genovese- pero la vinculación de Brown a la trama, según algunas informaciones publicadas en los periódicos, fue motivo suficiente para que tanto la NCAA como la NBA vetaran para siempre su participación.
Empezaron ahí siete años de destierro, siete años que se llevaron la progresión de uno de los hombres llamados a liderar el baloncesto mundial, un periodo en el que Brown solo pudo jugar en un equipo de la liga amateur de Ohio, patrocinado, como si fuera una muestra más de su estigma, por una funeraria local.
«Había días en los que llegaba destrozado a casa», explicaba Arlena Smith, mujer que junto con su marido acogió a Brown en Dayton después de que intentara volver a Nueva York y se viera completamente sobrepasado por el acoso de la prensa, que no cesaba en preguntarle por el escándalo.
Pero el baloncesto volvió a reclamar a Roger Brown después de su particular éxodo. Con el nacimiento de la ABA, los Indiana Pacers se acordaron de aquel muchacho que conmocionó al mundo desde Brooklyn junto con Connie Hawkins. «Los Pacers era el equipo con más clase de la liga, y Brown era el jugador con más clase de los Pacers», diría Julius Erving en un documental que recogió la figura de Brown poco después de su muerte, producto de un cáncer en 1997.
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En sus ocho años en la ABA (67-75) , Brown consiguió tres campeonatos con los Pacers, 4 presencias en el All-Star, ser MVP de las finales en 1970, y ser integrado en el mejor equipo de la historia de la liga en 1997. La NBA le ofreció jugar una vez disuelta la ABA ya confirmado que no había ninguna prueba que implicara al jugador con el supuesto amaño. Pero Brown se negó. «Fue el mejor jugador de la historia de los Pacers», reconocía el pasado domingo Reggie Miller, heredero dos décadas más tarde de su legado e impulsor de su entrada en el HoF.
La carrera y el juego de Roger Brown siempre será una historia a medias, como si hubieran arrancado del libro las páginas centrales de su plenitud deportiva, alejada para siempre del mito, pero que, una década y media después de su muerte, ha conseguido encontrar su espacio entre las estrellas de este deporte.